Si hay un santuario para el cómico por tierras levantinas, sin duda ése es Ópera. Un pub que, desde años, cuenta con una clientela apasionada por el mundo de los monólogos. Educado e inteligente, el público de Ópera tiene la esencia de lo que sueñas encontrar en un local: total predisposición a pasar un buen rato. Y lo de ayer noche incluso rozó lo emotivo. Lloviendo torrencialmente desde las nueve de la noche, Javier y yo auguramos un desastre de asistencia. Hacían falta muchas ganas para salir de casa con la que estaba cayendo. Pero a las doce de la noche, allí estaban. Fieles a su cita con el humor, los parroquianos del pub, volvían a dar vida a un local que llevaba muerto hasta entonces. Al día siguiente, el metro estaba inundado. Los trenes, con grandes retrasos por la lluvia. Los bomberos, trabajando por Valencia a destajo. Poco importaba. Ni siquiera la madre naturaleza pudo ayer impedir celebrar una nueva noche de risas, una velada de magia y mi particular reencuentro con el mejor público de España. La de ayer fue, en definitiva, una noche en Ópera.