En mi vida profesional he tenido funciones raras, pero la de ayer sábado se llevó la palma. Con la sala bastante llena y un público predispuesto a reirse, la cosa pintaba muy bien. El show era fluído, las risas continuas… pero estoy escuchando demasiado jaleo en la mesa de mi derecha. Miro disimuladamente y veo que hay un grupo de unas 10 personas colocadas de manera extraña. Una de ellas nunca mira al escenario. Al poco me doy cuenta que son un grupo de invidentes acompañados por 2 ó 3 monitores. Así que, dado que no me atrevo a parar y pedirles silencio, intento seguir el show con el incómodo murmullo. Se hace fácil porque el resto de la gente está disfrutando. E iba de hecho sobre ruedas hasta que los 20 minutos, veo que justo en la mesa que tenía enfrente, una chica empieza a vomitar. Al momento, apago el micro y bajo a ver qué ocurre. Y lo que ocurre es que sobre la mesa había una pota bestial (para lo delgada que estaba la chica, resultaba increíble cómo pudo meterse tanta comida). Me doy cuenta que la chica es muy joven y ha venido con sus padres. Lo primero que hago es meterme tras las cortinas de la barra para buscar a María y Dido, las camareras. Gracias a dios están ahí y les explico lo que pasa. Pillan trapos, una fregona y salen a limpiar la mesa, mientras sus padres, gentilmente, me piden disculpas. Lo cierto es que para limpiar aquello hacía falta estómago. No sé qué habría hecho de haber estado solo. Tras 10 minutos de parón, me vuelvo a subir al escenario. La gente, comprensiva, aplaude y aprovecho la pota para hacer un par de comentarios sobre el caso. El público se descojona. Consigo enganchar de nuevo al respetable y continuo donde lo había dejado. Tras otros 20 minutos de risas donde parece que todo ha quedado olvidado… me encuentro con que la chica pota de nuevo. Vuelta a empezar. “Muteo” el micro, bajo donde la mesa y me voy a por las camareras cuya cara ya es de póker: “¿¿Otra vez??”. María no quiere salir porque ha estado a punto de vomitar antes recogiendo eso, mientras que Dido se descojona. Entre risas le pido que no salga despollándose. Esta vez la pota es más escasa e intuyo que por la cantidad debe ser el postre. La escena es surrealista. Dido fregando el suelo y yo ayudándola con el recogedor. Esta vez terminamos antes. De nuevo, me vuelvo a subir al escenario mientras me pregunto si esa noche tengo de público a la niña del exorcista. Retomo el show y esta vez sí que noto un pequeño bajón en el ánimo de la gente. Las dos interrupciones han cortado demasiado el ritmo, pese a que las risas me acompañan hasta el final. Desconozco lo qué opinarán en Atrápalo esta semana, pero por lo menos será curioso leerlo. (Mientras estaba a punto de lanzar esta crónica, Berta, el boxer que tenemos en casa, ha potado. Ya no sé qué pensar).