“El humor catalán es totalmente distinto”, “Nos cuesta reírnos y más que carcajadas, verás sonrisas”, “Somos algo más ariscos”, “Nos cuesta aplaudir”… son los tópicos que me sabía, me volví a encontrar repetidos este fin de semana en Barcelona y que resultaron ser verdad (al menos, desde mi experiencia en dos shows). Es lo malo que tiene esta profesión; que con tu humor debes ser como el “be water, my friend” y adaptarse a cada ámbito geográfico. Si encima le añadimos que uno es autodidacta, el aprendizaje puede ser duro, lento… pero tremendamente eficaz. O al menos, creo haber aprendido en estos 2 bolos lo que NO debo contar en el Teatreneu. Pero vayamos por partes.

¿Adivináis cómo amaneció Valladolid el sábado? ¡Sí! Con la niebla más espesa de los últimos 15 días. Llegué al aeropuerto con tiempo acordándome del consejo del forero Crew-Control pero me dijeron que en caso de niebla, a todos nos tratan por igual independientemente del orden de facturación. El caso es que llegan las 11:05 (hora de salida del vuelo) y seguimos allí esperando si mandan el avión de BCN a buscarnos o nos llevan a Barajas. Diez minutos después, nos dicen que la niebla no va a levantar y que vendrá a recogernos un microbus… ¡a las 12! (¿no podrían enviarlo mientras están dudando si levanta o no y evitarnos estar esperándole 45 minutos?). Menos mal que nos dicen que el microbus va rápido y sí,  lo compruebo fehacientemente viendo que durante todo el trayecto el conductor no rebasa los 100 km/h. Yo ya empiezo a desesperarme porque veo que no llego y más cuando de Madrid a Barcelona no hay muchos puentes aéreos por ser sábado. La misión es llegar al avión de las 15:45 y tras dos horas y media largas… llegamos a tiempo.

Aterrizo en el Prat a las 17:00 y Josep, director artístico del Teatreneu, me recoge y me deja en el hostal. Estrenaba la sala del Mig en el Teatreneu. Todo un honor. Capacidad para 80 personas sentadas en varias mesas y una barra en el lateral, lo que le da un aspecto de café teatro de lo más acogedor. De público tengo a 25 personas de edad variada a los que me cuesta nada menos que media hora que se calienten. Y reconozco que tuve cierta culpa dado que empecé de sopetón con mi texto en lugar de tratar de crear un clima distendido. Si a eso le añadimos que la mayoría de los chistes sexuales (pese a ingeniosos, sutiles o con resolución nada esperada) no entraban ni a la de tres, uno ya empezó a pasarlo mal y ponerse nervioso. Menos mal que tuve momentos de improvisación con algunas coñas sobre la sequía de aplausos en la sala que sentaron muy bien. A pesar de ello, la sensación que tuve es que no se sentían cómodos por lo que terminé a los 60 minutos. Y todo para luego encontrarme que algunas chicas del público me dijeron que se lo estaban pasando bien, que se sentían identificadas con el texto y que por qué lo había cortado tan rápido (!).

Llega el momento de reflexionar y analizar qué chistes había que tachar y cómo debía encarar el show del domingo. Realmente estaba confundido. Gags que habían provocado el descojone masivo en pubs por España aquí obtienen como respuesta un silencio sepulcral. ¿Era realmente culpa del repertorio o había dado por fatalidad con un público duro el primer día? Opto por tachar muchas muchas cosas y volver a probar el resto, saliendo mentalizado que voy a tener a 4 gatos al día siguiente y tomándome el show como un ensayo. Pero sorprendente, el domingo acude más gente y todo sale mucho mejor. Menos aplausos, sí, pero muchas más risas. Los chistes que ayer no funcionaron, hoy lo hacen y uno empieza a pensar que el error fue de método y no de forma. Mucho más relajado, acabo con 80 minutos de show y al acabar otras chicas me repiten lo de ayer, que se sienten identificadas con el texto. Veremos lo que consigo mejorar el texto estos días y si el próximo fin de semana la niebla no me lo pone tan complicado con el vuelo (¡sí, también tengo el billete para el sábado!).