Cada pocas semanas la marea lo arrastraba hasta su puerto hasta que, días después, volvía a llevárselo mar adentro. A ella le gustaba contemplar aquel corazón que regularmente la visitaba pero jamás se molestó en amarrarlo, pues vía que siempre regresaba. Pasaron varias semanas y aquel corazón que, durante años, tuvo a su alcance, no aparecía. Echándolo de menos, compró una cuerda para no dejarlo escapar la próxima vez, pero nunca más volvió a verlo.
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