En estos días donde la gente hace propósitos para el nuevo año, yo ya tengo el mío: prohibirme meter en casa helados Hacendado. Sí, porque estos cabrones son más adictivos que el tabaco. Abres una tarrina después de cenar, te sientas frente a la peli pensando en comer un poquito… y jamás lo consigues. No, porque cuando llevas 1/3 de la tarrina piensas:

– Coño ¿Ya llevo tanto? ¡Joder, pero si lo acabo de abrir! Bueno, va, como un poco más y a la mitad, paro.

Pero no lo haces. No, porque cuando llegas a la mitad empiezas a escuchar una extraña voz que te dice:

– Tío ¿Llevas la mitad y vas a parar ahora? ¡Pero si has comido tanto como lo que te falta para terminar! Venga, va, de perdidos al río, joder. Además ¿Y el coñazo de levantarte ahora, en mitad de la película, para ir hasta el congelador a meter la tarrina y luego volver? Acábatelo, tío. Carpe diem, la vida es muy corta y nunca sabes cuando vas a palmarla.

Y te lo acabas ¡Te lo acabas! De una sentada te has metido 550 ml de helado y las mollas de tus michelines encantadas gritando “¡Llegan refuerzos, chicas! ¡Yuuju!”. Y los 550 ml de helado ahora se convierten en 550 ml de mala conciencia y en varios kilómetros que sabes será necesario correr para quitártelos. Pues No. ¡No, no y no! Estas tarrinas de helado las rellena el diablo y este 2014 me he propuesto quitarme.