Llegó al Llantiol de rebote y con la intención de cubrir a su hermano como técnico y taquillero. Con un pendiente en la oreja y cierto aspecto de cani, el aspecto de Julio no era precisamente el de un ingeniero y yo empecé a temer no ya que no fuese capaz de tirarme la función sino que no nos jodiese la mesa de sonido.

La realidad no pudo ser más distinta y tras un par de funciones en cabina con su hermano y una hora de ensayo conmigo, Julio ya era autosuficiente para lanzar mis 5 espectáculos. Puntual y responsable, fue más allá y sin que yo se le dijese nada me limpió el sonido de todas las pistas, optimizó los tiempos de entrada e incluso me dio un par de ideas técnicas muy acertadas al interpretar un par de chistes. Sí, amigos; en pocas semanas este “pinta de cani” había pasado de no saber poner una canción en la mesa de sonido a poder lanzármelas desde su móvil sentado en la barra del Llantiol. Le empecé a llamar “friki Técnico” porque era un tipo que realmente parecía sacado de la serie Big Bang Theory; igual se ofrecía rootearte el móvil como que podía enumerarte una a una las reglas del certamen de Eurovisión. Y lo hacía siempre además con un carácter afable y de buen humor, lo que hacía inevitable cogerle cariño.

La imposibilidad de encontrar trabajo como programador en España hace que tenga ahora que marcharse a Londres. Y pese a que todavía no se ha ido ya le estamos echando de menos. Los sábados y domingos no van a ser iguales en el Llantiol sin que aparezca mi “friki técnico” con sus patatas y su zumo recién comprados en el “Paki”. Y sí, una parte de nosotros se alegra que por fin haya encontrado trabajo de lo suyo pero también estamos tristes. Tristes porque no sólo nos quedamos sin uno de los mejores profesionales que ha tenido el teatro; nos quedamos también sin la compañía de un amigo.