Voy de pie en el bus de camino a casa cuando se para frente a la estación de trenes y sube una chica con melna, sombrero y una silueta que no pasa desapercibida. Sube cargada con 2 grandes bolsos y pese a sus opacas gafas de sol, apuesto a que sus ojos también merecerán la pena. Paga el billete y se sienta tras el conductor, a dos metros delante de mí. El bus sigue su camino y yo me planteo si reúno la valentía para hacer algo. Sin duda viene de viaje y ser abordada por un desconocido en una ciudad que quizás no es la suya puede resultar algo violento. Intento pensar qué palabras usar. Mientras tanto el bus se acerca a la parada anterior a la mía y la chica le pregunta al conductor si es la suya y por dónde tiene que ir. Tras darle al autobusero unas breves instrucciones, la chica enfila el pasillo y la dejo pasar. Sonriendo, me da las gracias mientras veo que unas irresistibles pecas salpican su rostro. No aguanto más e intervengo.

– ¿Buscas alguna dirección en concreto?

– Sí, el Carrefour.

Una señora se entromete para decirle por donde ha de ir, desconociendo que hay otro camino más directo.

– Llegas antes bajando unas escaleras que hay aquí al lado. Ahora te digo cuales, yo bajo ahora.

El bus se detiene una parada antes de la mía y me bajo con ella. Nos encaminamos hacia las escaleras. Me ofrezco a llevarle algo pero dice que no hay problema y que puede bien con ello.

– ¿Eres de aquí?

– No, de Santander. He venido un par de días a ver a un amigo.

Ay. “Un amigo”. La cosa no pinta bien. Aunque bueno, el “amigo” pudiera ser sólo amigo y nada más. O incluso pudiera ser gay.

– ¿Estás ya de vacaciones?

– Sí, hoy las he empezado.

– ¿Todo agosto?

– No, sólo veinte días.

Llegamos a las escaleras. El Carrefour no tiene pérdida y con una simple indicación la chica llegaría sin problemas. Sin embargo, justo en ese momento se quita las gafas y gano la apuesta sobre sus ojos. Es realmente preciosa. Busco la manera de involucrarme más y tentar la suerte.

– Anda, déjame que te ayude.

Me da su mochila y empezamos a bajar. Son alrededor de doscientos escalones los que tengo de tiempo para conseguir su teléfono.

– ¿A qué te dedicas?

– Trabajo en Springfield.

– ¿Desde hace mucho?

– Llevo once años allí.

– Pues ya habrás ascendido ¿no?

– Estoy de encargada de tienda.

– ¿Y más arriba de ese cargo?

– Está responsable de ventas. Pero tienes que viajar mucho y es un rollo. Además, como me he casado hace tres meses…

– Er… Aquí tienes tu mochila. Es todo recto a la derecha.