Entré al pub para ver si esa noche curraba un colega. Era un antro pequeñito, de estos que con abrir la puerta divisas todo de un simple vistazo. Así que cuando lo hice vi que de camarero estaba otro chaval y que de clientela había un par de grupos de amigos y una tía en la barra. Una tía que llamaba la atención aún estando sentada de espaldas; ceñida camiseta blanca, una mini falda de cuadritos en plan colegiala, unas apetecibles piernas y unas botas altas negras. Si quería ver el rostro de esa pelirroja debía ponerme a su lado. Y visto lo visto no me lo pensé dos veces. Doy cinco pasos hasta a la barra y busco al camarero con la mirada.

– Hola ¿No tenía que currar Javi hoy?

– Sí, pero está malo y le he tenido que sustituir. ¿Te pongo algo?

La respuesta requirió girarme rápidamente y ver esos ojos que miraban de manera absorta su botellín sobre la barra. Decido que sí, que hay que pedir algo y pido una caña. El camarero tras servirme se retira a charlar con uno de los grupos de amigos. Esta vez la situación requería más rapidez que el otro día en el bus. Así que le meto un trago al botellín y no me lo pienso.

– Hola.

Se gira, me mira a los ojos y tarda dos segundos en devolverme el saludo. Después vuelve a conectar su mirada en el botellín. Mal empiezo.

– ¿Cómo te llamas?

Apenas tarda en contestar pero ni siquiera me mira.

– Silvia.

– Yo soy Ramón ¿Estás esperando a alguien?

Y fue ahí cuando todo cambió.

– ¿Vives solo?

– Sí ¿por?

– ¿Nos vamos?

Me quedé pasmado. Típico momento en el que piensas “Esto no puede ser tan fácil”. Y aunque tenía la intuición de que esta tía había pasado del punto muerto a la quinta de un solo tirón, mi parte más racional buscaba cerciorarse.

– ¿Dónde?

– A tu casa.

Preguntar “para qué” me parecía de gilipollas así que pensé que una de dos: o era una calentorra o algún mal rollo me esperaba si le seguía el juego.

– Vamos.

Pago la cerveza mientras ella coge sus cosas y salimos. Dado que mi casa quedaba en el quinto coño, le propongo coger un taxi y acepta. Caminamos hasta la parada sin decir nada e intento romper aquella incómoda situación.

– ¿Siempre te decides así de rápido?

– Sólo cuando tengo muchas ganas.

Mi triste historial de conquistas me hacía imposible creer que, por una noche, fuese a tener suerte. El taxi no tarda más de quince minutos y nadie dice nada. Llegamos a mi portal. Quiere pagar ella pero no la dejo. Según vamos subiendo noto nervios. Abro la puerta y entro para dar la luz del hall. Entra ella después y no he terminado de cerrar la puerta cuando me echa los brazos al cuello y empieza a besarme de una manera agresiva pero sin dejar de ser sensual. No opongo ninguna resistencia mientras llevo mis manos a su trasero y pienso en la noche que tengo por delante. Mi móvil empieza a sonar. No le hago caso. Sigue sonando, pero me resisto a prestarle atención. El móvil sigue sonando. Y extrañamente, cada vez lo hace más fuerte y más fuerte… De repente me doy cuenta que no es el móvil. Es el despertador diciéndome que son las 8. Mierda.