Todos alguna vez conocemos a una persona de la que pensamos que debería estar en una vitrina. El señor Juan es una de ellas. Técnico de electrónica, desde el Llantiol me recomendaron llevarle el micro de diadema averiado con el que actúo cada fin de semana. Un micro que, pese a que desprende un buen sonido, la soldadura de sus cables no escapa a que sea un producto made in China. Así que no me lo pienso y le llamo para concertar una visita.

A las 16:30 el señor Juan me recibe de manera afable en la puerta de su recóndito taller en el Raval y en su interior contemplo maravillado cómo en apenas 6 metros cuadrados sus estanterías exhiben apilados desde viejas radios hasta iPads pasando por taxímetros. Un verdadero museo tecnológico tamaño bonsai que me hace prever que este hombre con aspecto de jubilado es capaz de arreglar cualquier cosa que lleve cables.

El señor Juan habla de una forma entrañable y me bastan 2 minutos de charla con él para desear llevármelo de vinos. Su tono desvela que disfruta con su trabajo y, sin saber cómo, me veo realizándole preguntas sobre casi todos los chismes que me rodean. El señor Juan responde con detalle, recreándose, y agradezco cada minuto que paso allí.

Con la ilusión de un niño me enseña su particular joya: uno de los escasos modelos del primer iPod que comercializó Apple y hoy auténtica pieza de coleccionista. Me invita a tocar la rueda giratoria para que note cómo los nuevos son muy inferiores en cuanto a sensibilidad y tacto. Paso el dedo y no le falta razón. El señor Juan me coge el micro de diadema con el que ninguna tienda de sonido de Barcelona se ha atrevido y me lo devuelve arreglado al día siguiente cobrándome lo que cuestan 2 cañas. A los pocos días le llevo mi iPod de 30 Gb que el servicio técnico de Apple desahaució y me lo devuelve a la semana siguiente como nuevo. Me convenzo de que si este hombre no puede reparar algo es simplemente porque aún no se ha inventado.

El señor Juan me deja embelesado y de mayor quiero ser como él: curtido en mil batallas profesionales pero sin que la ilusión por su trabajo haya sufrido un solo rasguño. Rodeado de aparatos de distintas épocas parece desconocer que ninguno maravilla como él mismo y cada vez que le visito me voy  dando gracias porque por muchos gadgets que lance Apple en el futuro,  jamás podrá lanzar un señor Juan.