Ayer noche estuve actuando en el novísimo Casino de Aranjuez (ni un año tiene aún) y me quedé alucinado cuando vi que tenía quehacerlo en un escenario de unos 20 metros de ancho. El show formaba parte de las Noches Flamingo del Casino, donde vi que por 60 euros tenías derecho a cena y a disfrutar de tres espectáculos (uno visual durante la cena, un monologo al terminar y una sesion DJ después). La pena fue que de los 700 comensales que hace poco llegaron a meter ahí, ayer sólo había unos 100 debido al partido del Barça con el Madrid. 

Mi monólogo tenía que durar como mucho media hora, por lo que me preparé un greatest hits de lo más suavito porque me habían advertido que la gente sería mayor (luego resultó que tampoco lo eran tanto). El caso es que después de la debacle organizativa que me montaron los de La Central del Espectáculo en Segovia el pasado 16, esta vez exigí salir a escena solo cuando hubieran terminado de comer y nada de “a los postres”. Además me probaron sonido como nunca de bien, haciendo un pequeño simulacro con la canción de entrada. En fin, todo fue muy profesional. Por eso cuando salí, me encontré con todo el salón apagado, un foco para mí solito (de estos que te siguen cuando te mueves) y a la gente como yo quería; expectante y atenta.

Evidentemente, haciendo así de bien las cosas, los resultados son muy distintos. Empecé algo preocupado porque no les oía reírse pero luego me di cuenta que en una sala tan amplia y con tan poca gente ese día era imposible salvo que lo hicieran casi al unísono, cosa ocurrió a los pocos minutos. Pedir un primer aplauso de manera divertida calentó al público aún más y desde ahí ya se empezaron a escuchar carcajadas y más aplausos. Estoy convencido que de haber metido algún comentario burro lo habrían aceptado gustosos, pero no me quise arriesgar. En definitiva, salí muy contento porque estuve en un sitio completamente diferente, el show funcionó y dado que la gente era adulta se corroboró que lo de hace 15 días no fue culpa mía.