Hoy he vendido mi coche; el único que he tenido. No, no me hacía falta dinero pero me parecía absurdo seguir manteniéndolo en Valladolid, cuando apenas vengo ya. Y llevármelo a Barcelona estaba fuera de lugar, dado que me muevo cómodamente en metro. Se terminan pues así 16 años de relación idílica con un vehículo que jamás me ha dejado tirado, al que jamás se le ha pinchado una rueda y con el que jamás he tenido ningún accidente. 16 años llenos de experiencias entre esas tres puertas que conseguían que, cada vez que subía, lo sintiese parte de mí. Recuerdo que hace un par de años lo dejé aparcado en la calle y al irlo a buscar lo encontré con la maneta de la cerradura arrancada y con el volante tirado en la esterilla de los pedales. Algún hijo de puta intentó llevárselo y no pudo. La transmisión de mi Opel Astra prefirió partirse a irse con ese canalla. Nunca olvidaré la sensación de pena, rabia e impotencia cuando lo ví ultrajado en la calle. En ocasiones los seres humanos sentimos apego a ciertas cosas materiales, cogiéndoles un cariño superior al que profesamos a ciertas “personas”. Y mi coche ha sido “mi cosa” todos estos años. Ayer, precisamente, me llevó sin ningún problema a mi último bolo en Cantalejo (Segovia). Su último bolo. Por eso, al volver, no he podido por menos que sacarle algunas fotos antes de despedirme de él.
Mi más sentido pésame. A mi me pasó algo parecido con un Opel Corsa… A ver si pones las fotos, como homenaje… Besitos!!